Durante las terapias, la comida y la cocina representan, a veces, un medio terapéutico que va más allá de las palabras, pero la preparación de la comida a menudo es acompañada de reflexiones que surgen de forma espontánea y evocan aspectos emocionales de cada uno de nosotros. Y así, mientras preparábamos esta deliciosa brioche con mermelada, nos encontramos reflexionando sobre la percepción que cada uno tiene de la realidad que lo rodea... Nuestro cerebro no percibe el mundo como realmente es, cada pensamiento, cada emoción, cada recuerdo que guardamos, así como las experiencias que hemos vivido moldean nuestra manera de interpretar la realidad. Esto significa que lo que vemos no siempre corresponde a la realidad sino que a lo que nuestra mente construye. Y si cambiamos el foco? Si intentamos cambiar nuestra interpretación quizás logramos cambiar también la realidad… A menudo vivimos en modo automático: reaccionamos ante una crítica, ante un malentendido, ante un fracaso. Sentimos frustración, ira, desánimo. Y aunque estas emociones son completamente humanas, pueden convertirse en cárceles mentales si las dejamos crecer sin cuestionarlas. Pero… ¿y si en vez de reaccionar, observamos y reinterpretamos? Nuestro cerebro es poderoso, pero también tiene atajos. Tiende a confirmar lo que ya cree, a evitar lo que duele, a repetir patrones conocidos. Sin embargo, podemos enseñarle a ver las cosas desde otra perspectiva. No se trata de pensar en positivo a toda costa, sino de asumir una actitud activa frente a la vida. Cuando entendemos que nuestra mente no refleja simplemente lo que ocurre, sino que lo interpreta, podemos empezar a cuestionar esas interpretaciones. Ver una caída no como el final. Ver una pérdida no como un vacío, sino como un espacio que puede llenarse de algo nuevo. No se trata de fingir que todo está bien, ni de minimizar lo que nos pasa, solo reconocer que si cambiamos, incluso ligeramente, la lectura de lo que nos ocurre podemos desarrollar nuevas formas de actuar, de relacionarnos, de sanar Por ejemplo, alguien que interpreta los errores como fracasos evitará tomar riesgos y avanzar. En cambio, quien los ve como parte natural del aprendizaje se permitirá avanzar sin el peso de la perfección. La diferencia entre ambos no está en los hechos, sino en la interpretación. Esto, claramente, no se logra de un día para otro, requiere práctica, conciencia, y aceptar la idea que no siempre vamos a tener respuestas inmediatas, y está bien. Lo que nos sucede no siempre depende de nosotros. Pero cómo lo interpretamos, sí. Y esa interpretación es la que guía nuestras decisiones, nuestras relaciones, nuestra manera de vivir. La próxima vez que algo no salga como esperabas, detente un momento, respira, y en vez de decir "¿por qué me pasa esto?", pregúntate: ¿Qué puedo aprender de esto? Tal vez la respuesta no llegue de inmediato, pero con esa pregunta empieza el cambio. Porque cuando cambias tu interpretación, poco a poco, también cambia tu realidad. No siempre podemos cambiar las circunstancias, pero si podemos cambiar la forma en que las vivimos. La próxima vez que sientas que todo anda mal recuerda… lo que ves no es toda la realidad… es tu interpretación de ella y tienes el poder de cambiarla. Para la masa
250 g de harina 125 ml de leche tibia 40 g de azúcar 1 huevo 50 g de mantequilla blanda 7 g de levadura seca 1 pizca de sal Para el relleno Mermelada de duraznos o si sigues la receta original 200 g de arándanos frescos 45 g de azúcar Jugo y ralladura de un limón pequeño 1 yema de huevo y una cucharada de leche para pincelar la superficie En un bol mezcla la harina la levadura y un poco de la leche deja reposar 10 minutos. Agrega el azúcar el huevo el resto de la leche y la sal y comienza a amasar. Por último incorpora la mantequilla y sigue amasando hasta obtener una masa suave y lisa. Cubre y deja reposar hasta que duplique su tamaño. Estira la masa sobre una superficie ligeramente enharinada formando un rectángulo Cubre con la mermelada enrolla y forma una trenza Colócala en un molde para pan (aqui puedes encontrar si necesitas comprar, de tamaño y material que mas te gustan) cubierto con papel mantequilla y deja reposar nuevamente por unos 20 minutos. Pincela con la yema batida con leche y hornea en horno precalentado a 170 grados durante 20 a 30 minutos.
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